Cincuenta personas con antifaces caminaron a ciegas desperdigadas por varias
calles del centro de la ciudad durante treinta minutos. Los antifaces les impedían
ver por completo.
Iban solas y no seguían ningún recorrido preestablecido. Unos guías que pasaban inadvertidos velaban por su seguridad.
Para una persona que está acostumbrada a ver, caminar por la calle sin ver absolutamente nada le transporta de inmediato a un lugar nuevo, un sitio donde el tiempo se intensifica, la distancia se alarga, los sonidos se agudizan, se pierde el equilibrio, el miedo aparece y la confianza es crucial.